Es vivir con miedo, es vivir entre la contaminación sonora y visual. Miedo, porque no sabes en qué momento tendrás que atravesar una terrible situación de salud a causa de este nuevo virus entre los más cercanos o posiblemente te toque a ti. Con respecto a la virtualidad, nunca habría imaginado que el trabajo y la Universidad se mudarían a casa para invadir este espacio tan privado. Siento que antes disfrutaba de la tecnología, pero ahora que es más necesidad que entretenimiento siento que me abruma, que cada notificación de las redes sociales, del bendito Teams es ruido para mis oídos. ¿Cómo es posible que ahora todo quepa en una pantalla, ya sea desde el celular o el computador?
Quisiera decir me voy a distraer en esta tarea leyendo, pero resulta que las lecturas también son desde la pantalla, entonces, confieso que extraño los libros, esos que puedes tocar, oler, hojear, subrayar, anotar (sí, ya sé que también puedes hacer anotaciones y subrayados desde esos programas que supuestamente te permiten todo, pero eso sí, nunca podrás oler y tocar un libro desde la virtualidad, eso es irremplazable). Mis ojos se cansan, están saturados. Tengo que leer, redactar, recibir clases, responder a mis clientes desde unos aparatos y aunque todo esto me resulte increíble, en ciertas ocasiones siento que voy a colapsar y llego a creer que todo este mundo es demasiado frío.
Es cierto, la tecnología es maravillosa y en tiempos de pandemia nos ha permitido continuar, pero no todos tienen los equipos y una conexión de calidad (es más, muchos no tienen ni siquiera conexión de baja calidad). Esto que escribo no es una queja, es lo que siento de esta “nueva realidad” como la llaman.
Es verdad, apenas te levantas y de inmediato ya te puedes conectar a las clases por Teams o Zoom, no tienes que preocuparte de madrugar más pronto ni tampoco pensar en qué ropa ponerte, pues no hay que viajar para llegar a la U. y puedes conectarte hasta en pijama o sencillamente sólo cambias la blusa de la pijama por otra y ya está (esto sobre todo cuando te exigen encender la cámara). Esto podría resultar una ventaja y así me podría pasar enlistando en estas líneas las ventajas de la virtualidad. Pero no, quiero hablar de lo que no se habla, de esa explosión que sentimos cada vez que suena el celular y pensamos ¿y ahora qué? ¿Quién es? ¿Quién escribe tanto o envía tantos audios? Y pensar que yo también puedo ser esa de las que abruman a otros o de esas que responde con inmediatez a todo y a todos, pero también de las que tardan o simplemente te dejan “visteando” y más tarde o al siguiente día responde cuando reactiva sus ganas.
Soy de las que paso siempre conectada y de las que se desconecta por cierto tiempo, desactiva el WiFi o cuando sale a la calle prefiere no activar los datos. Soy de las que respondo siempre y también de las que pierde las ganas de responder. Soy de las que me divierto comentando en los grupos de WhatsApp y de las que pasa por alto tantos mensajes en estos grupos. Soy de aquellas que ya ni ganas de tomar el celular tiene y que después de un momento lo retoma para revisar que han mandado ahora o simplemente se le activa el deseo de compartir algún post.
Soy de las que está actualizadas en noticias y también de las que se pierde de las noticias y no quiere saber nada. Y no importa si todos se matan comentando en las redes, simplemente soy yo la que no quiero saber o si sé, prefiero no opinar.
Soy de las que decide que en ciertos días no publicará nada, no comentará, no revisará las redes sociales, no contestará a todos los mensajes más que los urgentes y realmente necesarios. Soy de las que se libera yendo a correr, a ciclear, a escalar, etc. para olvidar que la conectividad también nos está agotando.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Mabel Cox
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