Pareciera que las dos estuvieran estrechamente vinculadas, pero lo cierto es que, muchas personas son capaces de sacrificar la salud por la belleza y jamás mejorar la salud más allá de una cuestión estética. ¿Pero de qué belleza hablamos? Generalmente, la belleza en esta sociedad es aquella que “yo no poseo”, porque “mi cuerpo no es bello”, sino el del otro, es decir, el del que aparece en los comerciales de televisión, las vallas publicitarias, las redes sociales con muchos likes y comentarios, etc. Lamentablemente, el cuerpo sigue siendo “la mejor carta de presentación” y, por tanto, hay quienes algunas o muchísimas veces hemos sido criticados por no cumplir con los estándares de belleza corporal impuestos por la sociedad; pues la belleza es, eso, una construcción social, así que cuando catalogamos a alguien de bello o bella no es que sea hermoso por naturaleza.
Existen distintas formas de comprender la belleza, por ejemplo: en la Antigua Grecia, lo bueno, verdadero y justo era considerado como bello. Por su parte, Platón afirmó que “no todo lo que nos gusta es bello de verdad, a veces solo lo aparenta”, esto da lugar a una belleza verdadera que se contrapone a la belleza ilusoria. Para Umberto Eco la belleza puede ser aburrida y la fealdad infinita.
En la sociedad del consumo, el cuerpo perfecto es otra mercancía. A causa de esto, el mercado nos ha creado la necesidad de tener un cuerpo que no necesitamos y de hacernos creer que el cuerpo perfecto no es el nuestro, sino el del otro. Es así como la publicidad por todos los medios nos vende el ideal de un cuerpo perfecto, que aunque no lo quieran aceptar los consumidores, este no existe. Son las estrategias de marketing las que nos dicen cómo debe ser nuestro cuerpo y qué debemos hacer para conseguir el “cuerpo perfecto”. Así, muchos actúan en función de esto y no de sus propias decisiones.
La publicidad nos conduce a compararnos todo el tiempo con los demás, a meternos en la cabeza que nosotros somos el problema, pero que hay soluciones milagrosas aplicables para todos, como si todos fuéramos lo mismo.
La salud y la belleza cada vez se distancian más. Los gimnasios se abarrotan y el problema no es que la gente reprima su deseo de ir al gimnasio, sino que crea que en poco tiempo logrará un cuerpo perfecto y que así siempre se mantendrá. El yoga también se empieza a comercializar como un producto que te da felicidad, lo que ha generado que se aparte su verdadera esencia. Las pastillas, las bebidas, los alimentos, las cirugías, los tratamientos reductores, esto y más se vende en nombre de que “la belleza cuesta”.
Y entre todo lo dicho, la gente se preocupa más por el cuerpo que por cultivar la mente.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Patricio Vásquez
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