A muchos (tanto hombres como mujeres) les incomoda y hasta les espanta la lucha de mujeres, hombres y de aquellos que no son parte de este sistema sexual binario, quienes nos desacomodamos de la sociedad en la que se cree que todo está dicho y siempre tiene que ser así.
¿Y por qué nos desacomodamos y luchamos? Porque no queremos que ser “mujeres” siga siendo sinónimo de “debilidad”, ya que, supuestamente, nuestra naturaleza es la “sensibilidad”, y que ser “hombres” continúe siendo la traducción de una fuerza obligatoria que reprime sus sentimientos para no demostrar fragilidad. Por esa deformación con la que hemos crecido es que aún se escucha: “no llores como niñita”, “pelea como hombre”, “los hombres no lloran”, “pareces niñita o nenita”, entre otras expresiones normalizadas. Así, se ha instruido a la mayoría de mujeres para “soportar” y a los hombres para “violentar”.
Nos desacomodamos porque aún se piensa que determinadas actividades, trabajos o profesiones nos definen como mujer u hombre, entonces violentan nuestro derecho a desarrollar nuestro potencial en lo que nos guste por las etiquetas: “para hombre”, “para mujer”. Y en este orden social, también se excluye a quienes no responden ni a la etiqueta de hombre ni de mujer.
Esta sociedad que le ha puesto color, olor, sabor y funciones a todo, reproduce definiciones de lo que es ser mujer y hombre. Entonces, se acostumbra a muchos niños a mantener el cabello corto para “demostrar” masculinidad y a las niñas se les prohíbe cortarse el cabello para “mantener” su feminidad. Para los niños, la industria de la moda ha destinado los pantalones de “caballero” y para las niñas los vestiditos de “princesitas” en las fiestas. Es que crecimos con la fantasía de Disney, el “érase una vez…” en Blancanieves y los siete enanitos, La Bella Durmiente, Cenicienta, La Bella y la Bestia, La Sirenita, etc. Todas tienen en común un príncipe guapo y adinerado que “salva” a una bella y pobre muchacha de su pobreza, maldición o conflictos que terminan con el matrimonio y un “fueron felices para siempre”. Así fuimos criados, engañados con estos cuentos que nos hicieron pensar que la vida de la mujer es buscar a un príncipe y la del hombre encontrar y rescatar a su princesa.
Vivimos en una sociedad recargada de violencia por la manera en que han deformado nuestras mentes y el consumo de una diversidad de productos creados precisamente para reforzar esa violencia que, si no es eliminada desde la forma en cómo nos imponen pensar y actuar desde la infancia, no será posible evitar que cada día seamos más las víctimas de todo tipo de violencia.
Parque "El Arbolito", Quito-Ecuador
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Patricio Vásquez y Tatiana Sandoval
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