Desde la ignorancia más profunda se nos acusa de provocar a los violadores.
Sí, nosotras las culpables, las que nos atrevemos a vestir como queremos, las que usamos prendas cortas, porque son nuestras razones. Nosotras las que no podemos vestirnos, movernos con libertad y hacer muchas cosas, porque tenemos que vivir con el miedo de que por el hecho de ser mujer seremos violadas en cualquier lugar. ¿Y saben qué? Todas las prendas que usamos provocan, así vayamos cubiertas de pies a cabeza, porque para los violentos nuestra vagina es un objeto de posesión. Cuántas veces he salido vestida con ropa ancha y con el cabello recogido de forma improvisada, sin una gota de maquillaje y aún así he sido acosada con comentarios obscenos de parte de cualquier mequetrefe que se cree un gran macho del piropo.
Decir esto, de seguro para otros es una exageración, claro, porque somos nosotras las culpables de que nos miren, de que nos lancen un comentario indeseado, las locas que salen a la calle sin ningún acompañante, las que buscan el peligro por no quedarse "tranquilitas" en casa. Me hastía escuchar todo esto. Me revienta y aún me lastima que hace mucho tiempo cuando salía a las 4 de la mañana a trotar, al regreso un tipejo asqueroso se refería a mi vagina que probablemente se dibujaba con la licra que usaba. Llegó un día en que no pude más y grité, grité con todas mis fuerzas a ese hombre y le advertí que sería denunciado. Afortunadamente, después de mi reacción nunca más lo volví a encontrar, pero su agresión aún está viva. ¿Pero saben lo que más me indignó?, que al contar lo sucedido con otras personas la única respuesta que tuve fue esta: “tú tienes la culpa, solamente a ti se te ocurre salir a las 4 de la mañana a trotar con short o con licra”. Entonces no comprendí que una vez más era yo la culpable como muchas mujeres por atrevernos a vivir en libertad, un derecho que sólo está escrito, pero que en realidad no es real (valga la redundancia).
Si las mujeres contáramos todas nuestras historias de acoso faltarían espacios y muchos de los que tachan de locura una lucha social y de género, probablemente sentirían por lo menos un poquito de vergüenza de hablar sobre la mujer. Es así que, esa no fue la única vez en la que el acoso me arrancó las lágrimas y la impotencia, pues cuando vivía en Cuenca, mientras caminaba, un tipo aceleró el paso y puso su mano debajo de mi zona íntima, dijo una grosería y se fue corriendo. Desde luego para la sociedad sería yo la culpable por usar pantalón. ¿Cómo creen que me sentí? Pasé toda la noche sumergida en lágrimas preguntándome el por qué de todo esto. El miedo de salir se incrementó, mi forma de caminar cambió, mis reacciones en la calle se volvieron abruptas. En fin, si todas contáramos lo que nos pasa en ese día a día que “nos exponemos” en todas partes, en una sociedad misógina como esta seguiríamos siendo las culpables. Aún así, el silencio es más letal. Aunque nos tachen de provocadoras, tenemos que abandonar el silencio.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Patricio Vásquez
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