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Foto del escritorTatiana Sandoval Pizarro

Vírgenes

Un día cualquiera,

en cualquier bus,

a lugares distintos,

se sentó la una en la ventanilla,

la otra en el pasillo.


Hierbas jóvenes,

un corazón envejecido

y el otro recién herido,

una con los deseos

de desahogar su pasado,

la otra en la mística del sigilo.


No eran comunes,

más sus casos se replican

en muchas mujeres.

Desde la ventana

empañada de la noche

recordaba que a las once

la tomaron por la fuerza

para abrirle las piernas

y violentarle su virginidad.


La del pasillo

a sus veintidós años

aún se conservaba virgen

con el corazón estrenado

por ese alguien que no esperaba

y que él esperó

para rasgarle el corazón.


Desde ese transparente

ella contaba que después

de ser violada, tomaron

su cuerpo como mercancía,

no era la única,

la acompañaban otras adolescentes

que también fueron

atrapadas por la mafia de su país.


La del pasillo

sacudía sus piernas,

sus músculos se estremecían

al escuchar esto;

ella no se entregó ni violentaron

su cuerpo, mas era la primera vez

que entregaba todo su corazón

y que a la fuerza

tenía que hacerle olvidar

ese primer amor que fracasó

sin siquiera haber empezado.

A la de la ventana:

¿quién le hacía olvidar

ese pasado que no eligió?

Todavía alucinaba

con los somníferos

que le obligaban a inhalar,

todavía era consciente

de que siempre quiso escapar

y un día lo consiguió

después de fingir respirar

aquella droga. Esperó el descanso

de sus verdugos, con astucia

tomó las llaves,

dejó las puertas abiertas

y corrió hacia la libertad

junto a otras muchachas.


Querían ser invisibles

entre los montes,

todas corrían

sin imaginar el peligro,

lograron su objetivo,

y ella, la que le dio

valor a las demás,

al poco tiempo cayó

prisionera de un hombre

que prometió protegerla.


A los catorce años

quedó preñada

de un desconocido

que más tarde la separó

de su dos hijos.


Ellos no conocen

a su madre,

ella sueña con abrazarlos,

ella no conoce de cansancios,

sigue yendo de un lugar

a otro, tratando de no dejar

huellas para quienes la persiguen.


Su vida es huir

aun cuando sabe

que más temprano

que tarde la encontrarán

y le quitarán la vida.

Su hijos son el único color

que le dan luz a su pasado.


La del pasillo

que conoció la crónica

de la que estaba a su lado

quería incinerar en la memoria

los tiempos y los espacios.

Ella recuerda muy bien

el semblante de la mujer

de la ventana

y los sentimientos vírgenes

que se fundieron

en aquel diálogo.



Artículo: Tatiana Sandoval

Fotografía: Anónima


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