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Un viaje al amor

Un viaje al despertar,

incómodo en las horas

que tardaban en pasar.


Una llegada al cansar,

la soledad esperando el abrazo

y una mejilla entibiada,

lista para sonrojar

después de estar en contacto

con el beso que le tenían guardado.


Ella, blanca como la espuma

del mar, estaba ahora

en el regazo de su amado,

regocijada de las sutiles

caricias que él le brindaba,

escuchando a la vez

las emociones que ambos

corazones compartían.


El sol no quería frustrar

el tiempo y sus destellos de a poco

se extendían. Ellos sentados

en la arena contemplaban

el oleaje, rozaban el horizonte

y el paisaje que se despejaba

les invitaba a respirar su romance.


Él, blanco como las espumas del cielo,

dejó que la mirada de su amada

resplandeciera en el rocío del océano.


Los sorprendió la noche

y las estrellas los encandilaban.

Sus dedos estaban entrelazados,

sus labios no parecían

estar cubiertos de membrana

sino de alma y como el alma

buscaban la eternidad.


En la playa quedó su nido,

el día recién empezaba a descansar

y como los cambios de tempestad

un extraño dolor martirizó

el vientre de la joven enamorada.


Los ánimos se alteraron

y entre necedades y consejos

la fiebre y el escalofrío se sumaron.


Pañitos y manzanilla,

lágrimas para no gritar,

sonrisas de consuelo,

besos como medicina;

así amaneció el día

y la dolencia se esfumó.


Ella tendría que regresar,

quizás eso la enfermó

y ese malestar les enseñó

a los dos la comprensión.


El retorno era inevitable,

para ellos el adiós no existe

porque sus sentimientos

jamás cambiarán,

no conocen de despedidas

solo de reencuentros,

no conocen de celos,

solo saben que están seguros

de amarse cercanos o distantes,

viajando por los deseos del amor.

Artículo: Tatiana Sandoval

Fotografía: Anónima


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