Era ese mundo
dentro de ti
que me gritaba
desde tus ojos.
Te miraba tan profundo
y tus pupilas
parecían sonreír.
¡Qué deseo
tan repentino
de entrar por tus angustias,
de verme en tus luceros
desde adentro,
de querer sentir
desde tu pecho
este padecimiento
que no te permite
avivar una sola palabra
para los que estamos aquí
tomando tus manos,
viendo pasar
este tiempo tan áspero! Te sonreí desde que llegué y así me despedí de ti. Cuando el espíritu retorne a tu cuerpo nos espera una fiesta, habrás dejado el silencio, ese silencio que se escapa de tus labios que tratan de pronunciarme algo, porque sé que me entiendes, sé que entiendes lo que te estoy diciendo y aunque no puedas responderme, la respuesta está en el destello de tus ojos, en los latidos que puedo leer cuando me acerco más a ti. Casi llevamos los mismos años y el tiempo ha sido implacable con las dos. El tiempo corre para mí y para ti éste hizo una vasta estación en tu cuerpo. Quiero verte cantar, quiero escucharte decir que quieres vivir. ¡No te detengas! No sé qué digan los médicos, yo te quiero decir que puedes levantarte; tus ojos me dicen que quieres estar de pie, que quieres andar más que antes. ¡Cómo demostrar mi impotencia ante ti! He llegado hasta aquí con este ramo de flores de rosas rojas y girasoles para juntas ver los colores que esta vida te debe. ¡Qué injusto verte así! ¡Qué injusto saber de ti antes, conocer de ti ahora e imaginarte todos los días en ese asiento mirando a la nada y la nada llevando el control del tiempo. Contar cómo te vi así, se me queda el alma sin habla. Mis palabras no son nada, no expresan nada de cómo estás vos en ese cuerpo que no representa tú espíritu, que te ha quitado la facultad de habitar en movimiento este mundo en el que vas haciendo espacio, en el que quisiera que ocupes el lugar que te corresponde. ¡Qué afortunados somos los que con nuestras facultades íntegras nos andamos quejando de la vida! ¡Qué afortunados somos porque nuestras quejas se articulan y se oyen!, y las de ella, y las de ella nadie las interpreta, nadie las ve saltar de su cuerpo, nadie ni siquiera murmura la quietud de su extraño silencio que en pausa se irá despegando de su existencia hasta despertarla de este sueño de vivir en este planeta llamado Tierra.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Tatiana Sandoval
Comments