Si entristezco el día
lo hace conmigo,
me acerca a su luz,
me seca las lágrimas
con los rayos de su sol
y me va alegrando
el espíritu,
me va sanando
desde adentro
mi alma bipolar.
El día y yo
somos bipolares,
calentamos y enfriamos
al mismo tiempo,
reímos y lloramos,
y entre nuestras cualidades
y defectos
siempre amaremos
registrar todo lo que vivimos
para vivir los recuerdos
allá en el utratumba
donde aún es posible
la vida.
El día es tan loco
como yo,
es tan variable
y nos parecemos.
El día conoce
todos mis secretos
y es muy discreto.
No le cuento nada,
lo sabe todo
y en la noche
con sigilo me los guarda,
luego se escapa
y en un susurro
me dice: descansa.
En noches como estas,
en un lugar de espera
le escribo al día.
Tenía que esperar
a que terminara
de trabajar
para que en una
conversación íntima
mirando a los pocos luceros
que me hacen un guiño
desde el cielo,
decirle que estoy
muy acostumbrada
a vivir en estas tierras
que no son las mías,
pero que siento
pertenecer a ellas
en cada huella
que mis pies le dejan.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Tatiana Sandoval
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