Tuve la oportunidad de conocer por primera vez Quito a mis quince años de edad cuando la que fue en aquel entonces rectora del Colegio Sara Serrano de Maridueña del cantón Huaquillas, la Lic. Nancy Castillo me invitó a participar de un evento de líderes jóvenes que se desarrolló en la sede de la Universidad Andina Simón Bolívar, donde tratamos temas de Realidad Nacional. Desde esa primera vez me encantó la capital del Ecuador, aunque por ser una ciudad tan grande también me asustó, tanto que llegué a sentir que no podría orientarme lo suficiente para andar por todos sus rincones. ¡Cuántas veces me perdí en sus calles! y ahora recorro con seguridad cada uno de sus espacios a pie, en bici, en bus, en ecovía, en trole y metro . Debo confesar que el primer trabajo que obtuve en Quito me estresó en un principio por el hecho de tener que viajar cerca de 1 hora y 30 minutos entre alimentador de la ecovía y ecovía para llegar a mis labores, ¡qué rutina! y más aún cuando el tráfico complicaba el viaje, pero me acostumbré a los viajes largos dentro de la misma ciudad. Quito me enseñó a madrugar en su clima frío y a utilizar mi tiempo al máximo con felicidad.
El ser humano tiene una capacidad de adaptación increíble y ahora me encuentro tan enseñada aquí que no quiero ni pienso en irme. Gracias Quito, porque en tus entrañas volví a empezar desde cero, porque me diste a un chulla quiteño maravilloso que me trajo hasta ti poniendo toda su confianza en mis capacidades para vencer mis miedos.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Patricio Vásquez
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