La pobreza de la masa popular sigue siendo la riqueza de las élites. La gran mayoría no puede tenerlo todo (ni siquiera lo primordial para vivir dignamente), sin embargo, son los pocos los que tienen más de lo que deberían tener. Pobreza es entonces lo injusto de esa “justicia” proclamada por los que reproducen la fuerza de trabajo para su sustentar su costosa economía.
Las divisiones sociales son tan exactas, que los que no sudaron su frente para obtener las ganancias ven como un cero a la izquierda a los pobres. Así, la pobreza es la suma de la ambición y la resta de la educación, pues es indudable que a los inescrupulosos les conviene que el coeficiente intelectual de los pobres no se desarrolle.
No es la pobreza económica la que somete a millones de personas, cuando aún nos damos el lujo de contemplar enormes edificios, en muchas ocasiones sin mayor oficio, cuando la gente aún se disfraza de moda o peor aun cuando las grandes fiestas por cualquier excusa no faltan. Ni que decir de la comida que se desperdicia a diario ya sea en las casas o en los restaurantes, sumándose a esto las sotanas majestuosas y los imponentes templos en las que los pecadores intentan limpiar sus culpas. Por eso, insisto que no es la pobreza económica la que sigue colonizando a quienes se nos hace creer que nacimos para ser pobres. Con esta idea sólo se busca ocultar la verdad, la verdad de que los recursos están mal distribuidos, tremendamente mal gastados y re-gastados, queriendo después recompensar esta barbaridad con limosnas para los empobrecidos.
El hambre no deja pensar y a quienes pueden comer algo no se les permite pensar. Así es como se nos somete hasta que logremos conformarnos con migajas, con dádivas que algunos conceden (no por su generosidad) sino porque pretenden lograr algún provecho para su imagen o su economía. Por supuesto, no se puede desmerecer a quienes verdaderamente se han entregado en cuerpo y alma a calmar no solo la sed y el hambre de un pueblo aturdido sino que han entregado la filosofía de sus pensamientos para derrotar más que un día sin alimentos, una eternidad sin ignorancia. Y es que la pobreza no se termina con dádivas, se acaba con una educación de calidad y de resultados, con oportunidades laborales, con servicios públicos (que no lleven la etiqueta "para pobres" sino la de la dignidad). La pobreza se termina con una visión de superación personal no a costa de los otros sino del trabajo colectivo que nos permita alcanzar la justicia y la paz social tan anhelada.
No somos pobres por falta de dinero, somos pobres porque las ideas brillantes que se pasean por nuestros cerebros todavía no han sido empujadas a la acción. No carguemos en nuestras espaldas el peso de la riqueza ajena, no vendamos la humanidad de nuestra profesión u oficio.
Si los pobres somos mayoría y la fuerza del conglomerado, entonces no perdamos las energías para enrumbar acertadamente el destino de este mundo.
La pobreza, amiga fiel de los grupos autoprivilegiados y nuestra enemiga. Luchemos por romper los eslabones de la mediocridad que quizás puedan seguir atando nuestras capacidades. Hay pobreza con el estómago vacío y también hay pobreza de pensamientos.
En tiempos de elecciones no nos conformemos con las camisetas de los politiqueros. No desperdiciemos el voto, sé que estamos aturdidos por el hambre, pero no creamos que quien ofrece más durante el proceso electoral calmará por siempre nuestras necesidades. No nos traguemos nuestra propia hambre, no dejemos que nos compren por un plato de lentejas, pues no solamente comemos un día. Hay que pensar en un verdadero proyecto político y no en simples ofrecimientos que duran lo que las campañas duran.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Tatiana Sandoval
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