Nació un poema del berrinche que me estoy haciendo, de esa voz de mando que no tengo, porque no insulto, porque de mi voz no se escapan los gritos, porque en casa me enseñaron a pedir las cosas de favor.
No es siempre lo mismo,
lo mismo me pasa,
porque no he cambiado
mis conceptos,
porque en mi formación
la autoridad no se la adquiere
con la necesidad
de generar temor
en los demás.
Nació un poema de las lágrimas de una compañera que aparenta estar acostumbrada al maltrato de la jefa. Sus sentimientos no podían ocultarse, por eso tomé la carta y la llevé al cliente, mientras ella refregaba sus ojos e intentaba secarse por fuera lo que llovía por dentro.
Nació un poema de la impotencia al conocer que una compañera en una jornada de trabajo muy fatigada se desmayó y a la gran jefa no le importó, fue incapaz de llamar a la ambulancia, y por eso los clientes hicieron lo que a ella le restó hasta la última pizca de humanidad.
Aquella que sólo era
una empleada más,
después de recibir
los primeros auxilios
tuvo que regresar a trabajar
como si fuera una máquina
a la que acababan de reparar.
Nació un poema para esos empleadores deshumanizados que ven a los empleados como aparatos para reproducir dinero a cambio de un miserable sueldo.
Nació un poema cuando supe que se atrasan con los salarios de los empleados, que de todo se excusan para multarlos y sumarles más miseria a las migajas que reciben como pago por sus horas de trabajo.
Nació un poema y ya no estoy allí soportando el hostigamiento… Por necesidad es natural para muchos aguantarle todo al jefe. Por necesidad y dignidad es para otros no quedarse callados, y aprender a reclamar las injusticias sin que eso sea entendido como un acto de majadería.
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Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Mabel Cox
Diseño: Tatiana Sandoval
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