El gobierno de Fernando de la Rúa en la peor crisis económica de Argentina
La película argentina “Nueve Reinas”, bajo el guion y la dirección de Fabián Mario Bielinsky, se ubica en el contexto de una nación Argentina caotizada por la crisis económica y política. Fernando de la Rúa, de profesión abogado y profesor, asumió el poder del país platense el 10 de diciembre de 1999 con el compromiso de defender el sistema monetario vigente desde 1991 con la emisión de la Ley de Convertibilidad del Austral, que establecía una equivalencia entre el peso argentino y el dólar estadounidense. A esta oferta de campaña electoral se sumaron el compromiso de luchar contra la corrupción, asociada con la concentración de poder y la fragilidad de los controles institucionales; además de ubicar a la educación como la médula del proceso de transformación; afianzar las relaciones con el Mercado Común del Sur (Mercosur) y propiciar los factores para crear una cultura exportadora con valor agregado.
En realidad, luego de las crisis económicas desatadas en Rusia, Brasil y México, inició en 1998 el debacle para Argentina, situación que tomó un mayor pulso con la llegada de Fernando de la Rúa a la presidencia hasta su renuncia al cargo en el 2001. Las consecuencias para el pueblo argentino fue el desempleo, que se ubicó en la tasa más alta desde los años 80, además de una profunda desconfianza que nació entre los mismos habitantes ante la proliferación del hampa que se aprovechó de la desventajosa situación antes, durante y después. En este orden de ideas, Bielinsky presenta la denominada “viveza criolla” como un arquetípico de los argentinos.
Una vez en el poder, Fernando de la Rúa no pudo sostener su plan de gobierno, quien en lugar de aplacar la crisis económica, elevó el nivel de dependencia de la deuda externa. Esto llevó al gobierno a tomar el 2 de diciembre de 2001 una medida impopular conocida como “Corralito”, que limitaba la extracción de dinero en efectivo de las instituciones financieras. Esta estrategia fue diseñada por el Ministro de Economía del gobierno de turno, Domingo Felipe Cavallo. La reacción del pueblo no se hizo esperar, produciéndose un estallido social en todo el país a través de manifestaciones, cierres de rutas y calles, etc. Entre todas estas movilizaciones también se originaron saqueos en supermercados, ataques a los bancos, entre otros. Precisamente, esta es una de las escenas que Bielinsky muestra en la recta final de la película, pues cuando los estafadores Juan y Marcos acuden al banco a cobrar un cheque derivado de la venta fraudulenta de nueve estampillas, se encuentran con una multitud de gente que protestaba en las afueras, debido a que la entidad, luego de un desfalco cerró sus puertas y dejó a sus clientes en la incertidumbre.
El 19 de diciembre de ese mismo año, De la Rúa aparece en televisión para anunciar un Estado de sitio, lo que caldeó más los ánimos de la gente que se volcó a las calles de Argentina para gritar enérgicamente: “que se vayan todos”. El Estado actuando como una “máquina de represión” como lo señala Althusser (1988), envió a las fuerzas de seguridad para reprimir las manifestaciones populares, esta acción dejó como resultado treinta y nueve víctimas mortales en diferentes localidades de la nación. Pese a todo, la presión social era incontenible, así que ese mismo día, Fernando de la Rúa renunció a la presidencia, abandonando la Casa Rosada por la puerta trasera, y posteriormente huyendo del país. Luego de su renuncia se destaparon casos de corrupción en los que probablemente habría participado y por los que se le iniciaron varios procesos judiciales en su contra. Sin embargo, en ninguna de las acusaciones fue condenado.
De esta manera, Fabián Bielinsky ubica al espectador en un contexto turbulento de Argentina, donde la mafia opera a toda hora del día y entre la gente. Todos en cualquier lugar pueden ser víctimas, pero también sospechosos. Lo que se respira en la Argentina del 2000 es una atmósfera contaminada por el cinismo y la ambición desmedida, así como el deseo de vengarse astutamente de los delincuentes que provocaron la peor crisis económica registrada en la historia de la nación.
Un maestro y un aprendiz de la estafa
Los personajes principales de la película son Marcos (interpretación realizada por Ricardo Darín) y Juan (protagonizado por Gastón Pauls). Ambos son estafadores y se conocen en la tienda de una gasolinera, en la que un truco habilidoso los termina uniendo como pareja para continuar con sus delitos, el más importante de ellos es la venta de sellos falsos conocidos como las nueve reinas. Marcos presume ser un estafador de gran experiencia y mucho riesgo, mientras que Juan con su cara de buen tipo que le aventaja confianza ante los demás y un talento reconocible, finge ser un aprendiz. Juntos muestran en distintas escenas sus trucos para engañar a la gente, aprovechándose de su bondad e ingenuidad.
Además de los protagonistas, están los personajes típicos de la urbanidad como el portero del edificio, el cuidador de perros, la tía buena gente y solterona, el personal de un hotel de primera clase, la relacionista pública, el vendedor ambulante, la señora viuda, la señora pudiente que se complace, el perito, el falsificador, el policía, el asaltante, los motochorros (pareja que se traslada en moto para cometer atracos), el negociante. En fin, una diversidad de personajes que conforman el paisaje cotidiano de la ciudad y que permiten que las escenas fluyan entre la idiosincrasia de los argentinos.
¿Cuál es el problema: la ciudad o los ciudadanos?
“Los delincuentes están ahí, pero al mismo tiempo no están y no los ves, por eso tenés que cuidar el maletín, la puerta, la ventana, el carro. Cuidá los ahorros... Porque están ahí, van a estar siempre ahí”. Son algunas de las palabras de Marcos, mientras se dirige a Juan, a quien empieza a perfeccionar en sus trucos, pero antes de ello le enseña a desconfiar de todos, inclusive le llega a decir que todos en la ciudad de Buenos Aires son ladrones, por ende los que parecen normales pueden ser los más sorpresivos. El viejo refrán reza: “El ladrón juzga por su condición”, y es así como por su situación de delincuente, Marcos se proyecta en toda la sociedad argentina.
Dahl (1991) advierte que la calidad de una ciudad se juzga por las cualidades de excelencia que promueven sus ciudadanos. En otras palabras, una buena ciudad da como frutos buenos ciudadanos, fomenta la felicidad en ellos y los estimula a actuar de forma correcta. Por tanto, el hombre virtuoso será un hombre auténticamente feliz. Desde esta premisa se podría considerar que la Buenos Aires que pinta Bielinsky en su película, no es una buena ciudad al tener ciudadanos como Marcos que promueven el pillaje, en lugar de la virtuosidad, y que además asevera que todos actúan como él. ¿Entonces, Buenos Aires tampoco produce buenos ciudadanos? ¿Cuál es el problema: la ciudad o los ciudadanos? ¿Una ciudad hace a los ciudadanos o son los ciudadanos los que hacen a la ciudad?
Las interrogantes anteriores conducen a un gran debate sobre la naturaleza del estado, el funcionamiento de la sociedad y la construcción de la política. Por un lado, el filósofo inglés y uno de los primeros contractualistas, Thomas Hobbes sostiene que el Estado se originó a partir de un contrato o pacto social. Para Hobbes, en el estado naturaleza o sociedad precontractual los hombres mantienen relaciones exclusivamente humanas, careciendo de relaciones jurídicas o políticas. En este estado primitivo, el ser humano es malo por naturaleza, vive en una guerra de todos contra todos que solamente es posible solucionar cuando el hombre decide entregar de forma individual su voluntad para garantizar la paz mediante el contrato social, comprendiéndose éste como una estrategia para prevenir la guerra (Althusser, 2007).
Hobbes, fundador del método mecanicista, es decir, del funcionamiento mecánico de cada parte que constituye la política como unidad, propone un sistema de gobierno monárquico, pues desde su posición el poder radica en una sola persona con capacidad de hacer sentir su autoridad. Una sociedad en guerra requiere de mano dura que establezca o restaure el orden. De ahí que Hobbes entendiera el poder como algo indivisible, inalienable y autoritario (Althusser, 2007).
El ciclo de la guerra, según Hobbes, comprende tres fases: la competencia por un bien, la desconfianza y la guerra preventiva (Althusser, 2007). Cuando a Marcos y Juan se les presenta la oportunidad de vender una colección de estampas muy cotizadas (un bien en competencia) a un hombre de negocios, no dudarán en luchar por conseguir las estampillas originales e ingeniarse la manera de que otros las falsifiquen para cometer la mayor estafa que los conducirá a obtener mucho dinero. Durante la consecución de este objetivo la desconfianza entre ambos estafadores está presente y aunque aparentan volverse buenos amigos y cómplices, en el fondo siguen siendo enemigos. Para prevenir la guerra al cierre del negocio, Juan solicita un porcentaje del dinero obtenido por su participación. Marcos negocia la cifra solicitada por su coideario y al final llegan a un acuerdo que en el transcurso va variando de porcentaje por el mayor aporte que Juan pone en el negocio. En este sentido, el contrato sería negociar la paz a un buen precio. ¿Pero, es tan sencillo como parece? En realidad, no. Nada es suficiente ni lo más certero para garantizar que nunca más se volverá a despertar el estado primitivo al que se refiere Hobbes y que la guerra nunca más será posible. De acuerdo con el mismo Hobbes, todo es cíclico, esto significa que el Estado de contrato social puede retornar en cualquier momento a su estado original.
Es discutible la propuesta de Hobbes, pues el contrato social no asegura que esos seres humanos malos por naturaleza adquieran una virtuosidad permanente cuando empiezan a vivir en sociedad. Más bien la misma sociedad puede ser una institución de corrupción. Justamente, este es el planteamiento de Jean-Jacques Rousseau, de origen suizo, quien comparte la idea de contrato social con Hobbes, con la diferencia de que para él en el estado naturaleza puro los hombres son buenos, libres, independientes, autosuficientes e igualitarios, por lo que no necesitan entrar en una relación con otros hombres, empero, por alguna razón deciden asociarse y a partir de ese momento se originan las desigualdades y se terminan corrompiendo (Fernández, 1988).
El sistema de gobierno para Rousseau no radica en la monarquía como sustentaba Hobbes, sino más bien en un modelo de República, donde la ley esté por encima de todo. Desde los preceptos legales se sacrifica la voluntad individual por la voluntad colectiva para sostener una convivencia armónica y garantizar la igualdad (Fernández, 1988). Desde esta explicación es posible determinar que Juan y Marcos no son estafadores por naturaleza, sino que es la sociedad en la que viven la que crea las condiciones para que su accionar sea incorrecto. Así se tiene a Juan, con un padre que se encuentra en la cárcel por haber cometido los mismos delitos que su hijo en busca de la libertad de su padre también comete, poniendo en práctica los trucos que le enseñó desde niño. Tomando en cuenta esto, la familia considerada como la primera institución social es al mismo tiempo la primera en corromper.
Hasta aquí se puede comprobar que ni el autoritarismo ni las leyes son suficientes para evitar que los ciudadanos se corrompan. ¿Qué hace falta? Aparece John Locke, filósofo inglés, calificado como el padre de la democracia contemporánea y el liberalismo. Aunque también es un teórico contractualista, él añade algo que ni Hobbes ni Rousseau habían considerado. Para Locke todo gobierno surge de un contrato, pero ese contrato es revocable entre individuos, es así como además plantea la idea de repartir el poder para no quedarse sin poder. ¿Será acaso que en “Nueve Reinas” se pretende afirmar que siempre será mejor actuar acompañado antes que solo por la condición de ser seres sociales, aunque con algunos el contrato se mantenga y con otros, éste se termine revocando? Marcos busca repartir el poder en manos de su pupilo, pero al final se termina quedando sin el dinero robado y sin el poder que ejercía, mientras que Juan que planificó todo ayudándose de muchos, incluso de la hermana de Marcos con quien mantenía una relación sentimental, dio el golpe perfecto. En definitiva, el poder se puede revertir en cualquier momento.
Locke sostuvo que un niño es cera que se forma y moldea como se desee y se requiera. El ser humano nace con una mente vacía, es como un papel en blanco, no tiene idea de absolutamente nada (Varnagy, 2010). La mente de los seres humanos se empieza a llenar con los hábitos sociales y las prácticas de Estado a los que se refiere Louis Althusser en su obra “Ideología y aparatos ideológicos del Estado”, en la que explica que antes de que nazca el niño ya existe toda una estructura ideológica familiar (paterna-materna-conyugal-fraternal). De manera anticipada se conoce que el niño llevará como primer apellido el de su padre y tendrá un nombre escogido por sus progenitores, lo que lo dotará de una identidad que será irremplazable. El niño está destinado a ser desde la configuración ideológica familiar y los rituales de crianza en los que nace (Althusser, 1988). Con base a estos criterios, ¿Marcos y Juan son víctimas de esta estructura ideológica que ejerce poder sobre ellos? ¿No son ellos el problema, sino la sociedad en la que se encuentran?
Hay todo un aparataje impuesto y contra esto el ser humano tiene que luchar desde que nace. Primero esta lucha se realiza de forma inconsciente y luego de manera consciente en la medida en que se empieza a comprender las relaciones de poder que son el hilo conductor de la sociedad. Y en este proceso las decisiones que se tomen marcarán la diferencia. Es probable como lo menciona Althusser (1988) que se reproduzcan las mismas condiciones de producción que mantienen el sistema. En contraste, es posible que se decida luchar contra el sistema para cambiar la estructura de la sociedad. Las opciones serían mantenerse, adaptarse, modificar la estructura social o perecer. En el caso de Marcos y Juan, ambos deciden adaptarse y aprovechar la coyuntura que viven para engañar, incluyendo a su propia familia a la que Marcos mintió en varias ocasiones para robar una herencia a sus hermanos.
Montesquieu, filósofo francés, se distancia del contractualismo de Hobbes y Rousseau para iniciar un debate fuerte sobre la ley y defender que los poderes pueden y deben dividirse. De esta idea surge la teoría de la distribución social del poder político en las funciones ejecutiva, legislativa y judicial. Para Montesquieu, el poder ejecutivo es el encargado de hacer cumplir la Ley General que a su vez tiene una capacidad creativa y represiva. La libertad individual se mantiene y todos tienen la facultad para participar del gobierno, pero no necesariamente asumir funciones. Es así que el aporte central en la obra de Montesquieu es la idea de la representación, lo que constituye la base para la democracia actual (Fuentes, 2011).
Montesquieu sentencia que en un estado donde rigen las leyes, la libertad consiste en tener el poder para hacer lo que se debe querer y no estar en la obligación de hacer lo que no se debe querer (Montesquieu, 2003 citado por Fuentes, 2011). Esto significa que aunque existan leyes, cada persona está en la capacidad de decidir si obedecer o desobedecer, lo que no exime de sanciones por actuar en contra de la ley, así como también es posible que pese a violar la ley no se reciba un dictamen condenatorio. Marcos y Juan decidieron el camino de la ilegalidad para alcanzar sus propósitos y al final ninguno de ellos pagó ante la justicia por los delitos cometidos. En el caso de Marcos, el experimentado maestro “probó una cucharadita de su propio chocolate” al sentirse estafado con un cheque que no pudo cobrar, lo que se convirtió en un castigo por ajuste de cuentas. Por su parte, Juan cumplió con su objetivo de vengarse de Marcos, pero continuó en el mismo círculo vicioso de la mentira sin que alguien lo condenara por sus estafas.
Entre ser zorro y león, Juan decidió ser el zorro por la astucia
Maquiavelo, filósofo político italiano, quien en su máxima obra “El Príncipe” enseña a los que no tienen poder cómo obtenerlo y a los que tienen poder cómo conservarlo, plantea la tesis de que es preferible ser zorro antes que león. En torno a esta alegoría gira la película “Nueve Reinas”.
Maquiavelo (1998) propone dos escenarios, el del león y el del zorro con sus respectivas capacidades. La capacidad principal del león es la fuerza con la que ahuyenta a los lobos y la capacidad más destacada del zorro es la astucia con la que conoce las trampas. Aunque ambas capacidades son necesarias para enfrentar a los enemigos, Maquiavelo advierte que es preferible ser el zorro, pues un hombre astuto sale mejor librado en cualquier circunstancia, por más adversa que esta sea. Maquiavelo recuerda que no todos los hombres son buenos y leales, pues se corrompen, así que si ellos no son capaces de guardarte su palabra, no estás en la obligación de guardarles lealtad a ellos.
Hay que evocar que Bielinsky perfila dos personajes principales en su obra. Marcos es el hombre sabio de acuerdo con sus años y experiencias, lo que le permite tomar decisiones con rapidez, siempre motivado por el hambre de dinero. Marcos es el león que alardea de su fuerza y por tanto, no tiene temor a nada, aparentando que todas las situaciones las tiene bajo control y a su favor. No obstante, el deseo de saciar sus necesidades no le permite ver el panorama completo que tiene a su alrededor y a quienes realmente lo acompañan. En el otro escenario está Juan, un hombre de menor edad, con experiencias aún no suficientes, y en consecuencia con menos capacidades estafadoras. Sin embargo, al final de la película, Juan demuestra la gran astucia con la que actuó todo el tiempo. Con su cara de “hombre frágil y leal” logró engañar a Marcos para perjudicarlo en su juego. Juan calculó muy bien las trampas junto a la hermana de Marcos y un grupo de personas que habían sido engañadas por él. Todas lograron cobrar venganza de aquel hombre del que en algún momento fueron víctimas.
En otros términos se puede inferir que, el que actúa primero no siempre tiene la razón o es el más listo, por eso es mejor ser cauto y pensar las situaciones con cabeza fría, tomando en cuenta todos los detalles. Asimismo, no es conveniente mostrar todas las habilidades que se posee, es mejor guardarse algunas para el final, pues nunca se sabe frente a quien o quienes se comparten las acciones.
Para Maquiavelo, la astucia es la capacidad más importante de todo ser humano para obtener y conservar el poder, ya que la fuerza es algo que en el momento menos pensado se puede perder. Con esto Maquiavelo también funda la idea de que la política es un acto de simulación y para ello hay que saber ser un gran simulador y disimulador, esto es tener talento para el engaño (Sevilla, 1995). Las necesidades del hombre lo empujan a tomar decisiones y a someterse en la medida que sea posible para atender esas carencias. Con este discernimiento Maquiavelo afirma que: “el que engaña encontrará siempre quien se deje engañar” (Maquiavelo, 1998, p. 104). De esta manera, no existieran hombres fraudulentos, sino hubiera personas a quienes se pueda someter mediante el engaño. La existencia de lo uno depende de la existencia de lo otro.
Maquiavelo y Rousseau coinciden en que los hombres por naturaleza están inclinados hacia el bien. La divergencia de Maquiavelo con respecto al pensador suizo mencionado es que, esta naturaleza de bondad que los humanos poseen es al mismo tiempo frágil y dualista, siendo estas características nocivas dentro de una sociedad que con el poder se corrompe. Entonces, al convivir en sociedad los seres humanos están expuestos a muchas “tentaciones” que los hacen alejarse del bien con facilidad, lo que también es producto del egoísmo natural de la humanidad que la conduce a velar siempre por sus propios intereses (Echandi, 2013). Tal como se comprueba en la producción cinematográfica, tanto Marcos como Juan se alejaron del bien y prefirieron el camino del engaño para cumplir con sus objetivos a un alto precio. Al final en la alianza que hicieron, Marcos fue la persona burlada y la que se dejó engañar por la astucia de Juan.
El escritor barroco español, Baltasar Gracián discrepa con la alegoría de Maquiavelo que se ha descrito. Gracián es consciente de que el mundo es un engaño y que la astucia es una manera de conocer la verdad entre las mentiras que la encubren. Sin embargo, propone que es el sabio uso de la prudencia considerada como un arte, y no como una virtud, la que todo príncipe debe poseer para gobernar (Real, 2005).
El trono requiere de capacidad política y ésta se encuentra ligada a la prudencia. Para el autor de “Oráculo manual y arte de prudencia”, un príncipe prudente se define por su inteligencia para la comprensión de los hechos y la madurez en el juicio para plantear resoluciones. De acuerdo con el jesuita aragonés, Fernando el Católico es un prototipo de príncipe prudente, distinguiéndose del modelo político de la astucia difundido por Maquiavelo. Gracián manifestó que es un vulgar agravio confundir la política con astucia, pues esto determina falsamente que toda persona sabia es aquella que sabe disimular y engañar. De esta forma el autor deslinda al engaño de la sabiduría, pues se convenció de que el destino es el conocimiento y que el saber es poder (Ruiz, 2013). Dicho de otro modo, el que es sabio no sufrirá engaño y no necesitará del engaño para obtener poder.
El poder del engaño
Weber (1996) en su obra “El político y el científico” determina que quien hace política es por el deseo de poder, siendo éste comprendido como el medio para conseguir otros fines que pueden ser idealistas o egoístas, o sencillamente a la razón del “poder por el poder” para disfrutar de la influencia y la posición que otorga la investidura. Esto implica que el fin del quehacer político es el poder, este último entendido como la capacidad que tienen los individuos para imponer su voluntad a los otros.
En la película analizada, Marcos y Juan imponen su poder a las personas utilizando el engaño con el fin de obtener dinero al que no todos pueden acceder en igualdad de condiciones. A este tenor, se puede apreciar en la trama de “Nueve Reinas” la manera en cómo Marcos busca imponer en Juan sus trucos y su visión acerca de la sociedad. Aparentemente Marcos domina a Juan, pero estas relaciones de poder pueden cambiar drásticamente. Entonces, llega el momento en el que Juan con su astucia toma el control del juego, mientras Marcos lo termina perdiendo todo.
Bielinsky usa a Marcos para representar a los hombres corruptos que causan la crisis de un país y personifica en Juan a ese pueblo ingenuo que se dejó engañar, pero que hastiado de tanta deshonestidad y despilfarro decidió tomar justicia con sus propias manos usando las mismas estrategias de aquellos que se corrompieron por el poder. Probablemente, “Nueve Reinas” sea el sueño de una nación que desea liberar su ira contra los que pusieron en ruinas la economía del país. El ex emperador romano, Marco Aurelio decía: “la mejor manera de vengarse del enemigo, es no parecerse a él”. Sin embargo, en los argumentos de la película se deja en claro que la forma de ajustar cuentas es utilizando la misma modalidad. Para un astuto siempre habrá otro más astuto.
El engaño es parte de la astucia, por eso Maquiavelo no dudó en afirmar que, en política se actúa todo el tiempo. Desde este juicio, la capacidad para engañar es también la capacidad para tener poder. En el libro “El arte del engaño” de Daniel Tubau se alega que la vida social resultaría imposible sin el engaño, sin aquellas mentiras que por más “piadosas” que se las hayan denominado para aliviar la conciencia, son parte de un sistema donde la mentira es inclusive una cuestión de supervivencia. Y aunque las mentiras tienen mala fama en toda esa propaganda institucional y de fábula acerca de que mentir es malo, lo cierto es que todos mienten, políticos, profetas, novelistas, cineastas que a través de sus discursos y obras buscan distraer a los lectores y electores para sus propósitos (Tubau, 2018). En conclusión, todos mienten de algún modo y en cualquier momento de sus vidas.
Para Tubau (2018) un mundo sin mentiras es una utopía. Los propios biólogos han revelado que la humanidad no está hecha para permanecer en la búsqueda de la verdad, sino para sobrevivir. Se ha dicho que el que sobrevive es el más fuerte, pero en realidad es el que mejor sabe mentir. La supervivencia y la verdad son incompatibles a tal punto que si no fuese por la mentira los seres humanos no habrían llegado hasta donde están hoy. Analizando estos criterios se deduce que aquel que engaña tiene el control de la situación, en cambio, aquel que dice la verdad está en peligro de muerte. El ser humano no solamente se ha adaptado a las condiciones del ambiente, sino que también ha perfeccionado la capacidad de la mentira para no extinguirse. Las mismas guerras son parte del engaño, por lo que el maestro Sun Tzu exteriorizó que “la guerra es el arte del engaño”. Más allá de las guerras declaradas entre naciones, los seres humanos viven en una guerra inacabable en sus relaciones cotidianas y que no ha sido posible disolver con el contrato social, por lo que para enfrentarse al enemigo se ven obligados a mentir.
En la trama de la película Marcos mintió a mucha gente para estafarla. Juan hizo lo mismo con otras personas y con el propio Marcos. Y aunque pareciera que en la escena final de la película, Juan para muchos resulta un traidor y para otros un tipo muy astuto que supo armar y dirigir el escenario, Juan no era menos deshonesto que Marcos, ni Marcos más deshonesto que Juan. Cuando Juan se reencuentra con todas las personas que le ayudaron, termina diciendo una gran mentira al asegurar que el anillo que le entregó a su novia se ha transmitido en varias generaciones de su familia, pues la verdad era que este anillo había sido robado. La mentira aparece una vez más como naturaleza humana y como una especie de defensa naturalizada.
Todos quieren poder ¿a cambio de qué?
Hasta aquí se ha analizado la astucia vinculada al engaño y al deseo de tener poder de acuerdo con los argumentos que se presentan en la película “Nueve Reinas”. Ahora es momento de colocar las ideas que predominan en la sociedad actual. ¿El más astuto es quien siempre gana? Desde esa noción quien actúa con astucia (engaño) está asegurando su bienestar y el de los suyos todo el tiempo. En Ecuador esto equivale al “más sabido” o el “más vivo”, “el que no se deja ver la cara”, el que siempre está un paso delante de los otros, el que sabe “pescar a río revuelto” para sacar provecho de las peores situaciones como es el caso de los politiqueros disfrazados de políticos.
Una de las frases de Marcos es que “nadie regala nada sin algo a cambio”, lo que equivale a decir que todas las personas son interesadas y jamás ofrecerían algo sin pedir una devolución hasta por un precio más alto. En la política nacional se puede apreciar como las campañas políticas se han vuelto la mejor plataforma de negocios. Quienes inyectan recursos económicos en la campaña de algún candidato no es un mero acto de apoyo, sino de favores políticos. Por este motivo, la prioridad de las autoridades electas por voto popular durante sus primeros días de gobierno es devolver esos favores con cargos de alto mando en el Estado y leyes que beneficien a los sectores que los representan a ellos, no al pueblo. Es por eso que cualquier persona con apoyo económico puede aspirar a ser presidente, prefecto, concejal, asambleísta, etc. No es la persona quien se elige la que gobierna, sino quienes están detrás de ellos.
Marcos también menciona que “no hay santos, sino tarifas diferentes”, “corruptos no faltan, lo que faltan son financistas”. Es así como la corrupción está generalizada y normalizada hasta el día de hoy. Todos los días se ventilan casos de corrupción y surgen inquietudes: ¿por qué la gente se corrompe? ¿Por qué se prefiere perder la tranquilidad a cambio de una situación económica cómoda, ilegal y efímera? Tal parece que muchos están dispuestos a entregarlo todo a cambio de poder, que no titubean en perder la cabeza ante numerosas cifras de dinero. Las necesidades se transforman en vanidades y la corrupción es el resultado de no saber racionalizar el poder que es capaz de tener hasta el control sobre quien lo ejerce.
Referencias
Althusser, L. (1988). Ideología y aparatos ideológicos del Estado. Buenos Aires: Nueva Visión.
Althusser, L. (2007). En Política e historia. De Maquivelo a Marx. En L. Althusser, Hobbes De Cive. Madrid: Katz Conocimiento. Pp. 257-291
Dahl, R. (1991). La democracia y sus críticos. En R. Dahl, La primera transformación: hacia la Ciudad-Estado democrática. Buenos Aires: Paidós. Pp. 21-34
Echandi, M. (2013). El concepto del ser humano en Nicolás Maquiavelo. Revista Estudios(26), 329-351. https://dialnet.unirioja.es/servlet/articulo?codigo=5467042
Fernández, J. (1988). Hobbes y Rousseau. Entre la autocracia y la democracia. En J. Fernández, El Sistema de Rosseau. México: FCE. Pp. 19-89.
Fuentes, C. (2011). Montesquieu: teoría de la distribución social del poder. Revista de ciencia política, 31(1), 47-61. https://www.scielo.cl/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S0718-090X2011000100003&lng=en&nrm=iso&tlng=en
Maquiavelo, N. (1998). El Príncipe. Madrid: Alianza.
Real, J. (2005). El arte de la prudencia. Revista Colombiana de Cirugía, 20(1), 2-3. http://www.scielo.org.co/pdf/rcci/v20n1/v20n1a1.pdf
Ruiz, J. (2013). Nicolás Maquiavelo en el pensamiento político del siglo de oro español. Revista de Estudios Histórico-Jurídicos [Sección Historia del Pensamiento Político], 35, 771-781. https://www.scielo.cl/pdf/rehj/n35/a26.pdf
Sevilla, J. (1995). Maquiavelo y la episteme política. Cuadernos sobre Vico, 5(6), 345-350. http://institucional.us.es/revistas/vico/vol.5-6/22.pdf
Tubau, D. (2018). El arte del engaño. (A. Aranda, trad.) Barcelona: Ariel.
Varnagy, T. (2010). La filosofía política moderna. De Hobbes a Marx. En T. Varnagy, El pensamiento politico de John Locke y el surgimiento del liberalismo. Buenos Aires: CLACSO, Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales. Pp. 41-75.
Weber, M. (1996). La política como vocación y la ciencia como vocación. En M. Weber, El político y el científico. Buenos Aires: Alianza.
Comments