No tenía fiebre,
era la temperatura de su habitación.
Se recordaba
orando y oraba cada mañana,
cada noche, cada día, memorias
de algo que aún no comprendía.
Él me buscaba en su conciencia,
yo lo encontraba en aquel tronco
de madera escapando notas
con su rondador, soplando coplas
al viento, olvidando la locura
que en su mente solo era música.
Era el hijo del hombre
regresando a ser niño,
era el niño de más de catorce hijos
y el hijo de su rondador
y su rondador un padre consentido.
Vengo esta mañana
a pedirle su bendición,
no entristezca ante estos versos,
solo fue mi inspiración
que a veces pierde los sentidos
cuando alguien piensa que
usted los ha perdido.
Vengo por un abrazo
por un recuerdo deshojado
en su conciencia, por un café
con pan para desayunar
juntos en la mesa y tan solo
por escapar en los suspiros
de su rondador
amado abuelito.
Artículo: Tatiana Sandoval
Fotografía: Anónima
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